¿Recuerdas?
Los recuerdos nos ayudan a revivir lo que aprendimos en la vida. A veces nos ofrecen un santuario donde podemos refugiarnos y volver a sentir los momentos felices. Otras veces nos recuerdan cómo lidiar con cuestiones futuras. Durante los 12 shows que hicimos en Filadelfia, me puse a reflexionar sobre cómo los recuerdos pueden influir a la gente.
“Hermoso espectáculo”, me decían algunos espectadores después de que se cerrara el telón. “Este espectáculo es absolutamente increíble. El mejor. Gracias”.
Digamos que con semejante entusiasmo, semejante alegría, no puedo evitar sentir un gran sentido de logro, sabiendo que el espectáculo les creó un recuerdo imborrable.
Yo generalmente soy negligente con mis recuerdos y nunca sé cuánto los atesoro hasta que reaparecen en el momento justo. Familia, amigos e incluso extraños que conozco en el camino me preguntan: “¿No es emocionante actuar en tantos lugares diferentes?” Es verdad, es bastante emocionante y aventurero viajar a tantos países diferentes. Pero no es el viajar a nuevos lugares lo que más anhelo, sino los recuerdos que algunos lugares evocan.
En mis primeros cuatro años con Shen Yun, la compañía con la que salgo de gira viajó cuatro años seguidos a Seattle. Para el cuarto año, ya éramos amigos con los del sindicato; había uno en particular, un hombre que solía montar en bicicleta por el sótano del teatro, que conocía bien a nuestra compañía.
Un día vino con dos paquetes de papas Lay’s de ketchup. “Ustedes se dejaron esto el año pasado y me imaginé que iban a volver”, me dijo mientras me entregaba los dos paquetes. “También dejaron un litro de jugo de aloe pero me imaginé que se iba a poner feo, así que lo bebí. Perdón”. Esa pequeña acción del hombre de la bicicleta (así le decimos) me impresionó mucho.
Este año he estado en lugares conocidos y nuevos en Estados Unidos. El año pasado estuvimos en St. Petersburg, Florida, así que cuando este año volvimos, los recuerdos fluyeron como un poderoso río. Uno bastante vergonzoso fue sobre un truco fallido que por suerte solo dos integrantes de mi orquesta –y una acomodadora, ¡shh!– presenciaron.
Después del almuerzo, volvía con mi amiga al camerino desde el lobby. Había una barrera de cuerda bloqueando la salida de la zona donde habíamos cenado y por aburrimiento decidí impresionar a mi amiga y saltar la cuerda (a unos 10 cm del piso). Así que tomé impulso, salté y estiré mis brazos como un grácil cisne que se prepara para volar…
¡Pum!
El grácil cisne cayó sobre su cara, arrastrando consigo la barrera de cuerda. No sé qué pasó; quizás calculé mal la distancia de la cuerda al piso, o quizás no levanté los pies lo suficiente. De cualquier modo, mi amiga estaba retorciéndose de la risa, y otro integrante de la orquesta sostenía una taza de café delante de su boca en un vano intento por disimular su risa. Lo que tardé en darme cuenta es que había una acomodadora del otro lado de la sala, también esforzándose por no reírse de mí.
Tuve ganas de decirle, “Está bien, me gusta hacer reír a la gente. Que tengas buen día”. Pero en cambio me fui a los tumbos, sosteniendo desesperada la poca dignidad que me quedaba.
Así que cuando este año caminé otra vez por el lobby, me reí. Aunque la amiga que estaba conmigo el año pasado está ahora en otra compañía de gira, y tampoco veía ni a la acomodadora ni a la barrera de cuerda, me paré en el lugar exacto donde había pasado todo y durante un minuto reviví el gracioso episodio en mi mente.
No todos los recuerdos son felices. La vida sería aburrida si no supiéramos la diferencia entre lo amargo y lo dulce. Esta vez en Fort Lauderdale, Florida, tuvieron que extirparme de emergencia la muela de juicio (y otro molar afectado).
“Si te quito ambas muelas hoy, no podrás tocar esta noche”, me dijo el cirujano.
“Sí, voy a poder”, le aseguré.
Él se rió y dijo: “No, no vas a poder”.
Bueno, no tenía opción. Tenía que quitármelas cuanto antes y tampoco podía perderme el show. Entonces me quitó ambas muelas –tuvo que excavar en mis encías para la de juicio– y esa noche mientras tocaba estuve escupiendo sangre y sufrí una ligera jaqueca.
En los tres días siguientes cuidé de mi dolorosa mandíbula. Si alguna vez vuelvo a ese hermoso teatro con paneles de madera en Fort Lauderdale, mi mandíbula inmediatamente recordará el dolor que sufrió allí.
En Beaver Creek, Colorado, tocamos en el foso de orquesta más pequeño del mundo. En Buenos Aires, Argentina, observamos en televisión unos disturbios que estaban ocurriendo justo afuera de nuestro hotel. En Estocolmo, Suecia, encontramos un libro de ejercicios de viola que había dejado otro músico de Shen Yun unos años atrás. En Sydney, Australia, por primera vez ofrecimos una función a las 10 de la mañana a unos alumnos de escuela. En la ciudad de México actuamos frente a 5000 personas. En Busan, Corea del Sur, pudimos actuar después de que el Partido Comunista Chino intentara cancelar nuestros shows; las presentaciones fueron un éxito, a pesar de haber tenido solo seis horas (la mitad del tiempo) para prepararnos. En Filadelfia hubo una espectadora que aplaudía con deleite cuando el Buda aparecía para ahuyentar a los malhechores en la danza El bien y el mal. Al ver su alegría, yo no podía evitar sonreír.
Estos son solo algunos eventos que en mi mente relaciono con ciertos lugares. Y del mismo modo que un lugar específico me trae tantos recuerdos, también espero que nuestro público en todo el mundo se quede con hermosos recuerdos después de ver el espectáculo. Después de todo, esa es parte de nuestra misión: revivir la cultura tradicional y compartirla con el mundo, algo que creemos que puede tener un efecto perdurable.
Tiffany Yu
Percusionista en Shen Yun Performing Arts
29 de junio de 2017